Para pensar en esta carta tenemos que volver a remitirnos al tema de la dualidad o duplicidad de la mente humana y en definitiva, a la dualidad o duplicidad del propio universo.
De lo que nos quiere hablar esta carta es la necesidad de la habilidad de conjugar los opuestos, de armonizarlos. También acerca de la capacidad de adaptarse a los inevitables cambios que permanentemente nos plantea la vida, pero siempre teniendo claros nuestros objetivos y nuestras metas.
Es el período en que se gestan las ideas, cuando un proyecto comienza a madurar, cuando debemos evaluar situaciones o hechos y concluir un juicio de valor. Es optar entre dos opuestos o encontrar su síntesis.
Es tomar una decisión que sea armónica con las circunstancias sobre las que debemos definirnos.
Todas estas cuestiones (la gestación de una idea, la maduración de un proyecto, el juicio que hagamos, etc) deben siempre estar basadas en la armonía y el equilibrio de la mente y de las emociones. Por eso es necesario que no sólo sea decida con la cabeza, sino que también debe tenerse en cuenta el corazón.
Algo que se geste o que se decida sin la armonía como cualidad central, difícilmente nos reporte satisfacciones o felicidad a mediano o largo plazo. Y si no somos capaces de tener una mínima capacidad de adaptación a la realidad que se nos presenta, en especial aquella que cambia o aparece imprevistamente, nos prometerá más momentos desagradables que dichosos, más contratiempos que soluciones, más inquietud que tranquilidad...
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